Mis damas favoritas

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Mis damas favoritas
MANUEL DOBAÑO En medio de tan malas noticias, que cotidianamente castran nuestras esperanzas, me he permitido ofrecer a los lectores este...
MANUEL DOBAÑO

En medio de tan malas noticias, que cotidianamente castran nuestras esperanzas, me he permitido ofrecer a los lectores este balsámico relato: Érase una vez un caballero que presumía de haber conocido, no a una, sino a dos damas muy especiales. Ambas poseían el porte y la distinción que las diferenciaba de los demás mortales. Sucedió, sin embargo, que un triste día de abril de 2014 se marchitó la primera de ellas cual delicada y longeva flor de primavera. Se llamaba Mercedes Arias y, desde hacía tiempo, se conservaba fresca y lozana en el bucólico ‘invernadero’ de su buhardilla con vistas al antiguo cine Xesteira de Ourense. ¿Te acuerdas?, una mañana de este siglo XXI, te pude saludar en casa de mi tía Rosita, en Xinzo de Limia, y una tarde que iba de boda, nos volvimos a ver por casualidad y nos dimos un intenso abrazo en la Praza Maior de la ciudad de las Burgas. En este último encuentro pude comprobar que todavía conservabas en toda su esencia tu empaque aristocrático y tu delicioso discurso dicharachero.

Son tantos y tantos los recuerdos… Desde las inolvidables temporadas compartidas en la finca de Las Rivas, muy cerca de donde reina a pequeniña Virxe do Cristal de Vilanova dos Infantes, hasta los meses que felizmente compartiste con nosotros, acá en Cataluña, en los años 60 del siglo pasado. Antes de que se me pase, quiero pregonar a los cuatro vientos que Mercedes Arias estuvo casada con Antonio Peláez Sierra, un brillante abogado que no le fue bien en la vida, y que era hermano de mi querida madre, Manuela. Cuando mi tío Antonio nos visitaba en Xinzo de Limia, obligaba a mi pobre madre a hacerle filloas y otras lambonadas. Querida tía Pitusa: “ahora yaces en aquel lugar ‘onde o mundo se chama Celanova’, con el Monasterio recién adornado con tu San Rosendo que llevaba tu misma sangre y linaje: los Arias”, escribía en La Región, no hace mucho, tu amiga del alma, Marina Sánchez Soto.

Mi otra distinguida y encantadora amiga, que también se ha ido para siempre, la descubrí en tierras bálticas, en tiempos de mi compromiso con la red civil de la UNESCO. Fue un amor a primera vista, naturalmente platónico y desinteresado. Me quedé prendado de ella cuando nos recibió en su sala del Museo de Historia y Navegación de Riga, la capital de Letonia. Allí nos enteramos de que había triunfado en medio mundo bailando danza española, pero que nunca había podido cumplir su sueño de viajar a España. Yo, inconsciente de mí, lancé públicamente el órdago de que en breve plazo nos visitaría. Y ocurrió que el sueño felizmente se cumplió y Marta Alberinga fue homenajeada por todo lo alto en Barcelona y Madrid. Y esta es la pequeña y entrañable historia de mis dos damas favoritas (mi madre era la reina), unas venerables mujeres que jamás quisieron despertar de sus sueños, y cuyo recuerdo me acompañará toda la vida. Son los ángeles que guiarán mi camino y que me darán alas para reafirmar que ‘nunca caballero fuera de damas tan bien servido…’