A unha muller sencilla querida e xenerosa

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A unha muller sencilla querida e xenerosa

Querida Celsa:

Te escribo desde la enorme tristeza que me ha producido tu marcha y desde el dolor de no haber podido despedirme de ti.

Esto es una carta de agradecimiento por todo lo que tu generosidad me ha dado, tanto que nunca podría agradecértelo suficiente, ni, por desgracia, te he sabido compensar…

Te vas con toda tu bondad intacta y con todo dispuesto para que, como ha sido durante toda tu vida, no dar trabajo a nadie.

Has estado siempre pendiente de todos, de la familia, de los amigos, de los vecinos, e incluso, como me decía tu sobrino Toñito, de aquellos que, en el cementerio, no tenían quien les llevase flores

Has hecho todo el bien que rebosaba de ese corazón noble y enorme como tú, y que dio cabida a tantas personas que pasamos por tu vida.

La última vez que te vi, estabas resignada a una vida que ya no te daba mucho pero que tú adornabas con tus recuerdos más alegres y con esos arranques de humor con el que coronaste, mi, por desgracia, última visita.

Te has ido con todo hecho, y ahora estás donde hace ya un tiempo anhelabas. Has salido de nuestras vidas para quedarte para siempre en ellas como un recuerdo imborrable de generosidad, fuerza y alegría.

Todos los que te queríamos quedamos un poco huérfanos de ese amor que nos regalabas sin medida y sin esperar nada a cambio.

Hoy no puedo menos que rendirte con todo el cariño, este sencillo homenaje, muy pequeño para la gran persona que tú eras.

Por eso, y desde este “algo se muere en el alma” de la despedida, quiero decirte de nuevo, GRACIAS CELSA.

Elena Touriño Baliña