CONSTRUYENDO NUESTRAS PROPIAS CASAS- MULLERES

Manola Diz
CONSTRUYENDO NUESTRAS PROPIAS CASAS- MULLERES

No lo niego, yo tenía miedo, pero me enfrentaba, la cosa está en tener la decisión de hacerlo.

Manuela Diz González

A mí no me da vergüenza contar mi vida, porque se basa en un hecho real que lo puede saber todo el mundo; dejo muchas anécdotas sin contar, porque si no, tendría tantos folios como La Biblia. La voy a reducir un poco pero el mundo debe saber que las mujeres somos valientes, trabajadoras y luchadoras, tan valientes como los hombres. Es inexplicable el trabajo que hice yo, porque trabajé de hombre y de mujer.

Casa construida por ella y su esposo 2
Casa construida por ella y su esposo

Cuando pensamos en las casas, sus espacios, las paredes de piedra, la distribución de la cocina, los cuartos y cómo una casa anima y resguarda energías y sirve para proteger y desarrollar a una familia; casi nunca imaginamos a la madre, a la mujer de la casa construyendo, diseñando, reparando, o haciendo su propia casa. Generalmente pensamos en la mujer como protectora o cuidadora de las labores domésticas y los cuidados que requieren los hijos, el marido, los padres y los enfermos para la continuidad de la vida no necesariamente sana.

Recientemente entrevistamos a Manuela Diz González a quien conocemos como Manola. Ella se dedicó con su marido José Martínez Fernández durante muchos años a la construcción; ambos fundaron la empresa “Construcciones José Martínez (Páxaro), construyeron muchas casas familiares también su propia casa y restauraron la casa de la familia de su marido que queda ubicada en Vilariño de Sarreaus.

Hicimos muchas obras, casi todas de piedra. Los obreros nunca estaban solos, si coincidía estábamos los dos, sino uno de los dos, podíamos hacer dos obras al mismo tiempo porque estaban cerca unas de otras.

Manola nació en Couso de Salas, en Muiños. Los recuerdos siempre forman parte de estas entrevistas como fragmentos de paisaje, de memorias que se vuelven fotografías nítidas durante momentos que permiten atravesar el tiempo y nos llevan a transitar por otra época, donde los vínculos con la tierra eran más cercanos y la relación entre la gente era más íntima.

Manola y su esposo de novios 2
Manola y su hermano

De Couso de Salas tengo muchos recuerdos, lo que me viene a la memoria es que había un molino y un regato de agua en el cual cazábamos ranas con las manos y las metíamos en un pote de cristal. Ahora en ese mismo sitio hay monte llano, es una Veiga parecida a la de la laguna, esas tierras que quedaron después de secar y encauzar La laguna de Antela. Después nos comíamos las ancas de rana, le retorcíamos la cabeza, le sacábamos la piel y luego echábamos la cabeza al rio, porque en el pueblo se decía que así las ranas volvían a vivir y no se acabarían nunca. Eran inocentadas, pero se decían, nosotros éramos pequeños y le hacíamos caso a esos dichos. El regato se llamaba de poldras a portolongo, pasábamos entre las piedras y cruzábamos el río, por allí también transitaban las vacas. Ahora nada de eso queda ya. Está todo comido. Los molinos molían todos los días y las mujeres iban a lavar allí. En cualquier sitio las mujeres lavaban de rodillas en cualquier época del año, el invierno era duro, muy duro para ellas. Había que llevar los cestos de ropa a la cabeza y en invierno las manos se entumecían y las rodillas dolían.

Me daba mucho miedo cuando peleaban las vacas. Ellas andaban todas juntas en el monte. Había una Veiga y andaban en grupo por la canella. Las echábamos a pastar y luego las vacas regresaban solas, sabían muy bien cada una dónde quedaba su casa. Ahora ya solo se ve alguna piedra, alguna pared o toxo, está todo abandonado y los molinos se quedaron solitarios. El horno del pueblo está restaurado. Me acuerdo cuando mis padres cocían el pan y yo dormía en el tendal, que estaba en una esquina del horno; era una mesa muy grande, alrededor y por encima tenía piedras de pizarra muy lisas donde se colocaba el pan a fermentar antes de cocerlo mientras se calentaba el horno, después de cocido se volvía a colocar allí para que se enfriara. Mis papas hacían la vica aplastadita que sabía a gloria.

Manola pertenece a una familia pequeña, ellos eran solo cuatro. Sus padres José María Diz López de Couso e Isaura González González, ambos de Couso, emigraron a Francia y Alemania, primero se fue su padre, luego él regresó y se fue su madre. Se turnaban para atender a la familia.

Desde muy niña la enseñaron a trabajar en el campo y siempre estuvo rodeada de animales. Aprendió a coser y bordar como era costumbre para las mujeres de la época. Manola es de pequeña estatura, tiene cara redonda y ojos azules, parece muy observadora. Primero escucha en silencio y cuando se le requiere se anima y nos habla, eso si, no deja pasar un error, no le da vergüenza señalarlo, parece interesada en contar una historia veraz. Ella habla de su trabajo en la construcción, pero también de su trabajo en el campo y sus aspiraciones, aquellas cosas que le hubiera gustado hacer. Sus palabras están citadas tal como ella las dice, las transcribimos para dejar constancia de la vida y la voz de las mujeres en el rural de La Limia, aquello que nos puede explicar o hacer visible la historia, que incluye los procesos de participación de las mujeres o su exclusión.

En el pueblo cuando yo tenía diez años nos quedamos a cargo de mi madre. A veces la ayudábamos y después mientras teníamos la escuela cerca, íbamos a estudiar.

árbol manola 2
árbol manola

Desde esa época guardo el placer por la lectura. Me gusta mucho leer, siempre estoy leyendo algún libro. Había un señor que sabía mucho, se llamaba Santos Novoa y después de trabajar en el campo íbamos a su casa a estudiar con él por la noche. Nos enseñó a leer y escribir muy bien. Hubiera seguido estudiando, a mi me gustaba mucho, pero entonces era muy difícil elegir. Mis padres pertenecían a una familia muy humilde y no pude continuar. Yo tenía dieciséis o diecisiete años cuando me enviaron a aprender corte, costura y bordado. Después trabajé como modista en la casa.

Conoció a su esposo cuando tenía veinte años. Se casaron y fue cuando decidieron trabajar juntos. A todo el mundo le parecía extraño. Obtuvo la licencia de conducir y salió de la máquina de coser a conducir un camión de 3.500 kg. Durante el tiempo que estuvo trabajando en la construcción se convirtió en una excelente operaria, trasladaba materiales con el camión, descargaba en el lugar, subía a los techos, colocaba azulejos, aprendió a nivelar, a frisar.

No considero haberme sentido disminuida por ser mujer, aún cuando el resto de los camioneros pitaban al verme conducir, como si fuera para rebajarme, no entendía porque me pitaban, sería por eso, no se. A ellos les parecía raro que una mujer estuviese conduciendo un camión, no lo consideraban normal. En una ocasión yo subía con un camión cargada y en camionero bajaba con el pienso para los animales, como yo iba hacia arriba no me podía orillar y él no se quería hacer a un lado, entonces lo amenacé con sacar la llave inglesa y darle un golpe y el hombre dijo: “nunca vi a una mujer con tantos cojones.” Después de esto se orilló y seguimos. Yo siempre andaba con dinero y nunca tuve miedo. Sólo tenía miedo si alguien se me cruzaba en la carretera o me amenazaba, pero nunca sucedió nada.

Mi marido y yo, a veces chocábamos porque la vida no es solo color de rosa, es mala de llevar y el que diga lo contrario miente, que son muchos días y no son todos iguales. Tuvimos muchos momentos felices, pero también muchas contradicciones, como todo el mundo.

Aprendí a nivelar, a pintar, a realizar mezclas, No había cosa de este trabajo que no me gustara. Yo no echaba mano a las piedras. Para mí todo fue muy fácil, con la construcción me sentí bastante bien. La mayor dificultad era descargar los sacos de cemento. Un día descargué setenta sacos yo sola. Treinta y cinco en Arnuide y treinta y cinco en Perrelos, cada saco pesaba cincuenta kilos. No lo niego, yo tenía miedo, pero me enfrentaba al miedo, la cosa está en tener la decisión de hacerlo.

Fue en los 80-90 cuando empecé a trabajar con mi marido en las obras. Transportábamos material, lo que hiciera falta, subiendo y midiendo piedras. En la construcción hice más trabajo que mi marido. Fui un buen oficial de albañilería. Hacíamos viviendas, edificios, panteones, naves. Nosotros nunca nos quedamos sin trabajo. En alguna ocasión hacíamos una obra para una familia y después para tres. Empezamos en Perrelos, hicimos tres casas que se pueden ver en el tránsito a Vilariño y después fuimos a Barbadas en La finca Fierro, allí hicimos otras tres casas, pero nuestro camino de la construcción fue por muchos sitios más.

Manola riendo
Manola riendo

Mientras estamos trabajando no notamos las molestias en el cuerpo porque estamos muy ilusionadas, lo empezamos a sentir después…llegó un momento que le dije a mi marido que me retiraba, pero antes de eso construimos nuestra propia casa, un edificio en Xinzo de Limia donde viven ahora.

Manola recuerda especialmente su gran capacidad de adaptación, de aprender a sobreponerse a las dificultades que produce realizar una labor nueva que tradicionalmente es considerada un espacio masculino relacionado con la fuerza, la dureza, pero también con lo que se ha denominado el poder masculino, el espacio que tradicionalmente ocupaban los hombres.

En el caso de las mujeres Manola lo define como decisión y firmeza. Actualmente sigue restaurando paredes. Su madre y su padre ya fallecieron.

Cuando se quedó embarazada seguía trabajando y luego llevaba a su hijo a las construcciones, pero cuando su hijo cumplió diez años decidió cambiar de actividad y se dedicó al trabajo de asistencia a personas mayores.

Yo me sacrifiqué mucho trabajando porque quería que mi hijo estudiara en la universidad, él era muy estudioso.

Casa restaurada Vilariño de Sarreaus 2
Casa restaurada Vilariño de Sarreaus- Rosa Trujillo y Manola

Un día hablando con él me dijo: “yo no voy a la universidad, no voy a estudiar”, me quedé sin palabras: me puse a llorar. Me dio un beso y me dijo: “mamá voy a hacer lo que me gusta, no quiero gastar tu dinero y pasarlo bien como hacen muchos jóvenes de mi edad.” Me quedé tranquila, pero no del todo. Finalmente, mi hijo se matriculó en La Universidad Laboral de Orense, hizo forestales y automoción, era lo que le gustaba trabajó en los dos ramos y gracias a Dios, hoy tiene un trabajo digno.

Como me gustaba leer y escribir, decidí hacer cursos y obradoiros de alzheimer, geriatría, ayuda a domicilio incluidas las practicas en el Concello de Sarreaus y Xinzo de Limia que me permitieron tener una buena formación para cuidar a personas dependientes.

A partir de un tiempo presenté curricullum en el Concello de Xinzo de Limia con tanta suerte que me emplearon en ayuda a domicilio por los pueblos cuidando a personas dependientes en sus casas. El día de hoy, ya mi marido y yo estamos jubilados disfrutando de nuestra familia.

Quedamos con ella para visitar Vilariño de Sarreaus, la casa de la familia de su marido que ambos restauraron y así poder sentir de cerca lo relatado por ella. No es hasta nuestra próxima entrevista que podemos ver muchas de las casas que construyeron en el camino de Xinzo a Vilariño.

Manola nos llevó a Lola Rico y a mí en su coche. Su manera de conducir, firme y decidida nos recuerda a las mujeres labriegas de Sandias en sus tractores y pensamos que tomar el poder de la vida en nuestras manos, es también como conducir nuestra vida, saber hacia dónde ir y poder expresarnos y establecer límites.

ROSA TRUJILLO BOLAÑO- ESCOLA RURAL DE SAUDE DA LIMIA