Sin fútbol también se vive- M.Mandianes

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Sin fútbol también se vive- M.Mandianes

Nuevos proyectos que hasta ahora no se instalaban por falta de espacio, a partir de que vuelva la normalidad se instalarán sin espacio físico porque el virus nos ha obligado a marchas forzadas a poner en práctica el teletrabajo que favorece la flexibilidad y la libertad de los trabajadores con ventajas para la empresa y la vida familiar y las relaciones sociales. Habremos aprendido a utilizar las pantallas para comunicarnos, para interesarnos del estado de los otros, para acompañar a los solitarios y socorrer a los aislados. Habremos aprendido a escuchar música como alimento espiritual, a cantar juntos para darnos ánimo, ayudarnos, combatir la soledad. Habremos aprendido que el otro es un amigo necesario para poder seguir viviendo, y un enemigo potencial, portador de peligros. Las escaleras habrán dejado de ser un lugar de encuentro con desconocidos sino con amigos y ocasiones de chalas.

El hecho de vernos privados de las referencias espaciales: la calle, el despacho, la fábrica, el bar, y temporales: el horario que les impone el trabajo, habituales nos obliga a inventar nuevas referencias. Las ventanas, el ascensor y las escaleras, la calle y las plazas, hasta el metro y el bus, se habrán convertido en lugares de encuentro, de diálogo. Todas las horas del día habrán ganado importancia, para leer, para dialogar, para escuchar música. Este enemigo, insolente como un niño, ha convertido las ventanas de la ciudad en copas de árboles que hacen de las calles bosques que braman con la música; ha convertido las ventanas en talleres de creatividad y las ha llenado de miradas bellísimas. La Iglesia habrá aprendido a suplir la falta de sacerdotes con las nuevas tecnologías. Los domingos, las parroquias sin cura podrán poner en la iglesia una pantalla, seguir la celebración, un feligrés repartir la comunión y, en atrio a la entrada y a la salida, saludarse u comentar las noticias de la semana. Se recuperarán algunas de las referencias puestas en cuarentena, guardaremos algunas que hayamos inventado durante la cuarentena y se irán forjando poco a poco otras completamente nuevas.

coronavirusEl virus nos está llevando al fondo de nosotros mismos. Habremos aprendido a mirarnos al espejo y soportar la servidumbre de estar con nosotros mismos, de bañarnos en nuestras propias ondas; lo que es y el valor de vivir de acuerdo con el corazón, de otro modo vivirá desgajado y fuera de sí mismo. A mucha gente le habrá servido para ver su reforzada su fe y a otros para poner en duda su fe en la Providencia. A muchos agnósticos, puede haberles puesto en cuestión su fe en la capacidad absoluta de la inteligencia y la ciencia para explicar, prevenir y resolver las catástrofes. Sabremos apreciar la serena y beneficiosa rutina porque habremos sabido lo que supone de desgaste y preocupa lo de inventarlo todo sobre la marcha. Apreciaremos de verdad lo que es llegar a un bar y pasar un rato con un grupo de amigos tomando una cerveza, contando chistes. Lo importante es estar juntos, darse un abrazo, un beso, un apretón de manos.

Habremos aprendido que sin futbol también se vive, pero no sin agricultores, ni sin transportistas, ni sin sanitarios ni sin vendedores. Habremos aprendido a distinguir entre el grano y la paja, a saber, prescindir de cosas inútiles para tener tiempo que dedicar a las sustanciales. Habrá tenido una enorme incidencia sobre el valor que los individuos, la importancia del ahorra y, al mismo tiempo, la conveniencia de disfrutar de lo que se tiene dada la incertidumbre del mañana. En siglos venideros, puede que la memoria colectiva recuerde lo que estamos haciendo como susurros y destellos cambiantes y volubles de una sociedad inundada de terror, víctima de una matanza inaudita a manos de un bicho inofensivo.

Manuel Mandianes es antropólogo del CSIC y escritor