Hay una fábula en Portugal que narra las andanzas de los tres grandes ríos que unen a ambos países. Según la leyenda, el Duero, el Tajo y el Guadiana, al nacer en España preguntaron a las nubes de dónde provenían. Ellas contestaron que del mar, el imponente y deslumbrante abuelo de todos los ríos. Los tres hermanos combinaron que al día siguiente, se levantarían al alba para conocerle. El Guadiana fué el primero en despertar y comenzó su marcha lentamente, como si tuviera todo el tiempo del mundo en su aventura. Iba tan plácidamente apreciando el paisaje, que al llegar a Vila Real de Santo Antonio, tuvo que ser el mar a sorprenderlo. Al poco tiempo despertó el Tajo que percatándose de su retraso, galopó por montes y valles hasta llegar a las llanuras bañadas por el mar, donde se explayó deleitado por los verdes campos antes de unirse a su abuelo en un gran abrazo. El dormilón Duero que sólo abrió los ojos bien entrada la mañana, al ver que los hermanos ya habían partido, salió disparado en dirección al Atlántico, saltando montañas y serpenteando velozmente los valles sin parar en ningún momento. Y así, agotado por la carrera fué el primero en tocar el mar.
Son muchos siglos de historia los que nos unen a nuestro país vecino. No sólo compartimos los grandes o pequeños ríos, sino por ejemplo, una similitud léxica del 89%, por no hablar de la gastronomía que los gallegos, los emigrantes más antiguos en Lisboa, dejaron en herencia.
Pero por mucha proximidad y parecido que podamos tener, cada país ha conquistado su propio carácter y avanzado a su ritmo. Miguel de Unamuno en un viaje a Portugal, retrató en uno de sus libros al pueblo luso. "... van y vienen las gentes... parecen contentos, ríen, gesticulan..., sin embargo, Portugal es un pueblo triste. Hasta cuando sonríe. Su literatura es triste".
Y es que nada tiene que ver el carácter español con el de nuestro país vecino. Mientras nuestras manos se trenzan al ritmo de una guitarra y nuestros pies acompañan zapateando, el pueblo luso se deja llevar por la "saudade" que desprende el fado. Y cuando nuestros vecinos hacían una revolución con claveles, el pueblo español también la hacía, pero empuñando armas. Porque aunque la admiración y la simpatía que nos procesamos sea mútua, las diferencias culturales siempre marcarán la diferencia.
Mientras ellos se fascinan con la alegría de nuestro pueblo, nosotros admiramos su manera de estar y su educación exquisita. Creo que Portugal es un pueblo prudente lleno de virtudes aunque algunas veces se tiña de gris.
Hoy en día poco queda del espíritu colonizador y navegante. Formamos parte de un guiñol, meras marionetas acatando las órdenes de una Troika que llegó a este pacífico país para pasar un largo período. Y como éste es un pueblo hospitalario, protesta pero no incomoda, llora pero no perturba, se queja pero no fastidia.
Portugal, país que me acogió hace más de diez años, tierra de fados y nostalgia, pueblo de conquistadores con pinceladas "de eterna saudade", "melancolía herdada" que sigue transmitiendo a sus habitantes. Pueblo que cariñosamente nos llama "hermanos".
País que me hizo amar sus fados y sentir su melancólica saudade. Portugal, mi segunda patria y ahora mi hogar.